LA NAVIDAD QUE NECESITAMOS
Hoy la navidad sufre una gran distorsión en su
real sentido. Cuando pensamos en la navidad inmediatamente vienen a nuestra
mente Santa Claus o el Viejito Pascuero, los regalos y toda la fiebre
consumista que gira en torno a esta festividad. Todo esto nos produce una alta
carga de estrés y también de angustia. Es necesario encontrar su verdadero
sentido y compartirlo con tantas personas que en esta fecha se encontrarán
solas y deprimidas. Por otro lado hay que vivirlo con los más empobrecidos, los
más vulnerables y los que se encuentran sin esperanza.
Seguimos viendo que la realidad en nuestras
ciudades va empeorando, las expectativas y la realidad de nuestro pueblo siguen
estando marcadas por los signos de la anti-vida. Las profundas desigualdades
sociales, las contradicciones socioeconómicas y la desesperanza están marcando
el paso en la vida cotidiana.
La experiencia de los pastores en la fría noche
de navidad vuelve a convertirse en una realidad. Nuestro mensaje y nuestra
acción deben estar cargados de mucha esperanza. Las personas desean escuchar
buenas noticias; noticias que construyan, estimulen e impulsen la vida
plena. Queremos escuchar unas buenas noticias que sean de gozo para todo
el pueblo.
Esta buena noticia no es sólo un sistema de ideas
que se contrapone a otros sistemas de hoy vigentes en el mundo. No se trata de
una ideología más en el supermercado intelectual del momento. Es un poder, una
forma de vivir y plantarse frente al mundo; es una comunidad que trasciende
barreras. Para recuperar el sentido vigoroso de un estilo de vida cristiano hay
que sacar el Evangelio de manos de los vendedores profesionales que lo han
convertido en un inocuo producto comercial que se ofrece al mejor postor,
también de los religiosos de turno que han sacado del centro de la Navidad a
Jesús. Dondequiera que sea que un ser humano invoque el nombre de Cristo, se
atreve a vivir por él; se esfuerza por practicar sus demandas de amor,
justicia, servicio y arrepentimiento; alza sus ojos con esperanza y vence el
temor; allí es donde está avanzando el Evangelio.
La Navidad nos recuerda y nos hace reflexionar
sobre el mensaje de Jesús y el estilo de vida que vino a inaugurar. Este
hecho nos pone en guardia contra los apetitos económicos erigidos como
deidad. Con él aprendemos a sospechar también: “Dónde ustedes tengan sus
riquezas, allí también estará su corazón”, “No se puede servir a Dios y al
dinero”.
Vivir el Evangelio y el espíritu de la Navidad es
primero vivir la libertad de la idolatría materialista de los apetitos económicos.
Es hacer de Jesús el Señor y entrar a un género de vida que ve lo económico
como un espacio en el cual se pone en práctica la obediencia a Dios, el dador
de todo lo que el ser humano posee. Cuando nos damos cuenta de que
nuestros propios apetitos invaden nuestros pensamientos y palabras,
relativizando lo justo y auténtico de nuestros proyectos más amados,
descubrimos también que Jesús puede renovar nuestras vidas y purificarlas para
que den fruto. El hombre nuevo, con su hambre de sed y de justicia, ya empieza
a manifestar su disposición a cambiarnos nosotros mismos para que el mundo
cambie.
Rescatar el verdadero sentido de la Navidad es
vivir el Evangelio, sin caer en la trampa del mercado. El problema con la
ideología del libre mercado es que nos hace aceptar su utopía como un axioma
que no necesita demostración, es decir, la afirmación de que el único camino
aceptable para nuestro mundo de hoy es el de la Economía de Libre Mercado.
Nuestra vida y nuestra acción no sirven para nada si están al servicio de esa
ideología. Con ese mismo criterio se juzga la historia de la Iglesia, la
historia del mundo y aun a Jesús mismo.
No debemos caer en la trampa, ni aceptar la
utopía, la idolatría del mercado, como si fuera un axioma; ni tampoco aceptar
como “científico” un análisis, que por un lado se alimenta de la opresión de
los más pobres y por otro reduce al hombre y a la mujer a seres que solo sirven
para consumir. Por lo tanto, debemos proclamar en primer lugar que la norma que
juzga la vida y la acción de los hombres y las mujeres no es el éxito, ni la
cantidad de cosas que se posean, sino el designio del Dios revelado en Jesús.
Descubrimos también que para tener valor y eficacia las acciones humanas no
necesitan ser exitosas. La vida es mucho más que la economía. La fidelidad a
Dios se da dentro de una variedad inmensa de marcos de servicio.
Una buena noticia para el mundo de hoy, que trae
la presencia de Jesús en esta Navidad, es que se acaba el temor. En la
actualidad vivimos bajo el signo del miedo, y ésta parece ser la característica
más notoria de esta época. La mentalidad de los hombres y de las mujeres del
siglo I estaba también plagada de temores: a las potencias espirituales de los
aires, a los principados y potestades, a los espíritus elementales. En medio de
ellos el Evangelio era el anuncio de la victoria cósmica de Dios, que ponía en
evidencia la debilidad de estas fuerzas que les aterrorizaban.
Hoy en día los temores tienen otros nombres, pero
son muy parecidos en sus efectos sobre el corazón humano. Los medios de
comunicación modernos han desarrollando una jerga que conjura el temor y
la sensación de un fatalismo frente al cual el hombre y la mujer parecen
impotentes. Hoy se tiembla ante las fuerzas oscuras que dominan el mercado
de valores, ante los sistemas políticos-militares, ante las mafias de todo
signo que parecen obrar con impunidad y crecer como pulpos infernales.
El Evangelio que Jesús nos ha traído y que
recordamos en Navidad sigue siendo el Evangelio de la victoria de Dios sobre
todo aquello que se opone a su designio, que es el amor, la justicia, la paz y
la vida abundante para los hombres y las mujeres. Es cierto que esa victoria
pasó por el sufrimiento de la cruz, por la agonía, la soledad y lo que a todas
luces parecía el fracaso y la impotencia del justo contra la maldad del mundo.
La buena noticia del Evangelio es negarse a
permitir que los temores que sobrecogen a la humanidad nos atemoricen también a
nosotros. Es poner la mira en Dios, alzar la vista y vivir en obediencia
a su ejemplo, con gozo y confianza en la victoria final, cualquiera que sea el
curso de la peripecia del hoy. Jesús, y Pablo, y Pedro nos enseñaron que esta
manera de vivir el Evangelio no es la arrogancia insultante frente al verdugo,
ni la búsqueda casi masoquista del sufrimiento. En nuestro tiempo implica la
desmitologización de todas las idolatrías modernas y de los poderes terrenos,
en el entendimiento de estas fuerzas dentro de su limitada dimensión humana, o
quizás aun en su exageración demoníaca. Pero esto implica también el propósito
de seguir haciendo aquello que entendemos que es el bien, aunque acarree la
persecución o la amenaza.
Por esto, la buena noticia de la Navidad y lo que
le da sentido, es que nada nos puede separar del amor de Dios, y ese amor ha
triunfado para siempre.
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