Las Incoherencias de la Vida

Pastor Isaú Orellana
Domingo, 1 de febrero de 2009 (10:00 PM)
Iglesia de Dios E. C. Carabanchel, zona 11
Guatemala.

INTRODUCCIÓN: Se cuenta la historia de un gringo que vino de visita a Guatemala. Caminando por la calle, vio un letrero que decía: Notaría. Era, por supuesto, una oficina de notario; pero con su limitado manejo del idioma español, el gringo lo leyó de otra forma. Siguió caminando, y un poco más adelante se topó con otro letrero. Decía: Hojalatería. Pensó el gringo: ¡Qué incoherentes son estos guatemaltecos! Primero me dicen, "No te rías", y ahora me dicen "Ojalá te rías". ¿Quién los entiende?

Bueno, con un poco más de estudio del español se hubiera resuelto esta aparente incoherencia. Sin embargo, hay muchas incoherencias que no son sólo aparentes, sino reales. La incoherencia hasta aparece dentro de la iglesia. ¿Cuántos creyentes habrá que están viviendo con incoherencias en su vida, incoherencias entre su fe y su manera de vivir?

Si somos creyentes, nuestra fe en Cristo tiene que ir transformando progresivamente cada aspecto de nuestra vida. Esas incoherencias se tienen que resolver para que nuestra vida sea completa, íntegra, adaptada al molde que Dios tiene para ella, en vez de ser una ensalada de pedazos incongruos.

El problema de la vida que no concuerda con la fe no es un problema nuevo. Fue un problema constante en la nación de Israel, y se presentó también en la iglesia primitiva. Veamos la respuesta que da Dios en su palabra ante una de las manifestaciones de este problema.

Lectura: Santiago 2:1-7
2:1 Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas.
2:2 Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso,
2:3 y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado;
2:4 ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?
2:5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?
2:6 Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales?
2:7 ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?

Ante el problema del favoritismo, Santiago señala la incoherencia de tener fe en el Señor Jesucristo y dar preferencia a las personas. Aquí vemos un principio muy importante.

I. Nuestra fe en Cristo tiene que transformar cada aspecto de nuestra vida

El versículo uno traza una conexión estrecha entre lo que creemos y la manera en que vivimos. En otras palabras, no es posible para el creyente asignarle a Dios una sección de su vida, y vivir lo demás de la manera en que mejor le parezca. Nuestra fe en Cristo tiene que afectar nuestra manera de vivir.

En un viaje reciente, tuve la oportunidad de conocer a un turista que combinaba el placer con los negocios. Habiendo dejado a su esposa en casa, se buscaba compañeras para andar de parranda.
Hablando con él y su compañera del momento, conversábamos de las iglesias del pueblo. La chica hizo el comentario: "Me gusta mucho el padre de esa iglesia. Él te dice las cosas como son." Me pareció muy interesante esa declaración, tomando en cuenta que ella estaba acompañando a un hombre casado, y era obvio que eran más que amigos. Claramente había una incoherencia entre la fe que creía tener y su forma de vivir.

Cuando comparamos la fe bíblica con las idolatrías del mundo, notamos algo interesante: cuando hay idolatría, hay una inconexión entre la espiritualidad y la moralidad. Varias de las idolatrías antiguas eran cultos a la fertilidad, que incluían el sexo ritual. En muchas partes de América Latina, las procesiones en honor a los santos dan lugar a orgías de borrachera y lujuria.

En cambio, el Dios de la Biblia les exige a sus adoradores que sean santos, como él es santo. Por ejemplo, cuando dio la ley al pueblo de Israel, les dijo: "Yo soy el Señor su Dios, así que santifíquense y manténganse santos, porque yo soy santo." (Levítico 11:44) Del mismo modo, cuando Jesús dio su explicación de la ley, dijo: "Sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto." (Mateo 5:48)

En la falsa religión, cualquiera que sea, hay un desajuste entre las observancias religiosas y la moralidad. El Dios de la Biblia, el Dios de la realidad, nos llama a unir nuestra fe en él a una obediencia viva. Nos exige una fe que se vive. Veamos ahora un ejemplo concreto de esta realidad.

II. Nuestra fe en Cristo tiene que transformar nuestra evaluación de las personas

Santiago nos da un ejemplo muy claro de esto. El menciona a dos personas que entran en la sala de reuniones de la iglesia. Uno de ellos está bien vestido, lleva joyas que indican que pertenece a una clase social elevada, y se ve que es alguien. Por la otra puerta entra un pobre mendigo, vestido de trapos sucios. Al rico se le presenta el mejor asiento, mientras que al pobre se le deja el lugar menos deseable.

Si transferimos esta escena a algún restaurante, o un club de golf, se vuelve totalmente lógico, ¿verdad? Después de todo, el rico tendrá dinero para gastar, mientras que el pobre probablemente sólo viene para tratar de venderles algo a los patrones. Es muy natural que al rico se le presente el mejor lugar, mientras que al pobre se le coloque en el asiento donde menos estorbe.

Pero me pregunto: ¿deberá la iglesia de ser como el mundo? ¡Desde luego que no! El mundo juzga según las apariencias, pero Dios conoce el corazón. Entonces, cuando nosotros nos unimos al mundo en juzgar a otros según sus apariencias, estamos usurpando el lugar de Dios - el lugar de juez. Es por eso que dice el versículo cuatro que juzgamos con malas intenciones. La Reina Valera, que es más literal aquí, dice: "¿No...Venís a ser jueces con malos pensamientos?"

En otras palabras, cuando nuestro trato de otras personas se determina por su apariencia, entonces hay una incoherencia en nuestra fe. Decimos creer en un Dios que es el único juez justo, pero nos arrogamos el derecho que sólo Dios tiene - el derecho de juzgar. Llegamos a ser jueces con malos pensamientos, porque no tenemos ni el conocimiento suficiente ni el derecho de juzgar.
Es por esto que Jesús dijo tan claramente en Mateo 7:1: "No juzguéis, para que no seáis juzgados." La crítica de otros no tiene ningún lugar en el pueblo de Dios. Muestra una incoherencia entre nuestra fe y nuestra vida. Sólo Dios conoce el corazón, sólo él puede juzgar, y a nosotros no nos toca determinar el valor de otros.

Cuando quieras valorar a alguien en base a su apariencia o clase social, recuerda que Dios es el único que tiene el derecho de juzgar. Tú, más bien, aprende a conectar tu fe con tu vida y trata al hermano más humilde como tratarías al más pudiente.

Hay otra manera en que se tiene que conectar nuestra fe en Cristo con nuestra vida.

III. Nuestra fe en Cristo tiene que transformar nuestras alianzas

Todos tratamos de acercarnos y aliarnos a las personas que creemos que nos van a ayudar a sobresalir en la vida. ¡El hijo del principal de una escuela probablemente tendrá muchos amigos! Pero cuando llegamos a ser creyentes, entramos también en una nueva familia. Nuestra lealtad a la familia nueva tiene que ser más importante que los lazos viejos del mundo.

Vemos esto claramente en los versículos cinco al siete. Dios ha escogido a los que el mundo rechaza para ser parte de su pueblo. Pero cuando nosotros mostramos preferencia por lo que el mundo prefiere, entonces mostramos que estamos aún aliados con el mundo. Hay una incoherencia en nuestra vida. No hemos abandonado nuestras viejas costumbres de buscar a las personas que creemos que nos ayudarán a avanzar en el mundo.
En más de una ocasión se ha visto la entrevista de la madre de alguna estrella del momento. Después de contar acerca de la niñez de la persona que ahora es famosa, nos dice: "Ya nunca nos visita. No quiere que se sepa que es de familia humilde."

Al oír esas palabras, cualquiera de nosotros sentiría nada más que desprecio por una persona tan cínica. Sin embargo, es precisamente lo que hacemos cuando despreciamos a un hermano en la fe porque no pertenece a la misma clase social, o porque no creemos que nos pueda ayudar a avanzar en nuestra vida. Nuestros hermanos nos tienen que importar mucho más que la gente atractiva del mundo.

Además de esto, el mundo es el que difama y deshonra el nombre del Cristo que nos ha salvado. ¿Cómo, entonces, vamos a unirnos a su sistema de valores? ¿Cómo vamos a seguir pensando de la manera en que ellos piensan? Si hemos recibido el amor de Cristo en nuestros corazones, hay una gran incoherencia si le damos más importancia a lo que es importante según el mundo en vez de valorar lo que Dios valora.

Nuestra fe en Cristo tiene que transformar nuestras alianzas. La gente del mundo busca amistades que les ayudarán a avanzar en el sistema social actual. El creyente ha sido llamado a unirse a los que Dios está preparando para ser el núcleo de la nueva humanidad - y la mayoría de ellos no tienen ningún valor ante los ojos del mundo.

Una de las maravillas del mundo es el Gran Muro de China. Es un muro de miles de kilómetros de extensión, construido para mantener fuera a las tribus guerreras que vivían al norte de China en ese tiempo. La verdad es que sirvió su función. Los ejércitos invasores nunca la treparon. Pero invadieron China en varias ocasiones - usando el simple expediente de sobornar a los guardianes para traicionar a su país y dejarles entrar por la puerta.

El mundo está tratando de infiltrar a la iglesia, y a tu vida, de mil maneras. ¿Le dejarás entrar? ¿Serás como esos guardianes, que se dejaron sobornar? ¿O mantendrás firmes las defensas contra los ataques del enemigo? Es tiempo de decidir en qué lado vamos a estar, porque no hay espacio en el medio.

Pastor: Tony H.
Iglesia Triunfante

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