Quiero predicar con denuedo

Pastor: Isaú Orellana

Al final del evangelio de Lucas existe un pasaje popular para predicadores. Es el relato de los dos discípulos en el camino a Emaús el domingo después de la crucifixión (Luc. 24:13-35).

Ellos están muy desanimados porque Jesús ya está muerto y no hay esperanza para la nueva fe. Justo un forastero se une a los dos. Este señor sabía bien el Antiguo Testamento y les explicaba desde allí acerca de la resurrección del Mesías.

Los dos se sentían muy emocionados. Finalmente al llegar a Emaús los dos invitaron al forastero para quedarse con ellos. Mientras estaban sentados alrededor de la mesa para comer, el forastero tomó el pan, lo repartió y lo bendijo. ¡Qué milagro! ¡Es Jesús mismo!

¿Cómo se predica este incidente con poder? El problema es que hay diferentes maneras de interpretarlo. ¿Cuál es correcto?

A. Predicar sobre la presencia del Señor en la Cena

Las acciones del forastero son muy parecidas a las de la Cena del Señor, cuando Jesús “tomó pan y, después de dar gracias, lo partió, se lo dio a ellos” (Luc. 22:19). También encontramos la idea de partir el pan en la iglesia primitiva, “El primer día de la semana nos reunimos para partir el pan” (Hech. 20:7 cp. Hech. 2:42; 1 Cor. 10:16).

Entonces el predicador puede concluir que el incidente muestra la revelación de Jesús por medio la Cena del Señor. Cuando un creyente toma este sacramento, Cristo está presente en una manera personal en su vida.

El problema con esta interpretación es que la comida en Emaús era sólo una comida no más. No era como la pascua que Jesús utilizó para la primera Cena (Luc. 22: 7-22) tampoco como el sacramento en la iglesia en Corinto (1 Cor. 10: 17-34).

B. Predicar sobre la presencia del Señor en la vida cotidiana

En las comidas de los tiempos bíblicos la gente no usaba cubiertos. Tomaban la comida de la olla común por medio de un pan delgado y duro que servía como cuchara. Tomar pan, bendecirlo, y repartirlo era lo normal en el inicio de cada comida.

En este evento tan común, Cristo reveló su presencia. Era una ilustración de la promesa del Cristo resucitado, “les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.” (Mat. 28:20). El pasaje muestra que en la cotidianidad Cristo está con el creyente, nunca va a dejarlo sólo (cp. Heb. 13:5).

Pero el problema con esta interpretación es que el pasaje contiene mucha más información sobre la resurrección (Luc. 24: 24-27). Los dos regresaron a Jerusalén no simplemente para anunciar que la presencia del Señor está en la cotidianidad.

C. Predicar sobre la realidad de la resurrección de Cristo

Cuando se ve el contexto de la narración se nota la confusión en la mente de los discípulos sobre la resurrección: “a los discípulos el relato les pareció una tontería, así que no les creyeron.” (Luc. 24:11). El resultado del relato fue que los dos volvieron a prisa a Jerusalén para decir a los demás, “¡Es cierto! —decían—. El Señor ha resucitado.” (Luc. 24:34). El siguiente evento era otro parecido, con el resucitado Jesús comiendo con los discípulos (Luc. 24:42,43).

El relato del camino a Emaús está en el evangelio para convencer a los lectores de la resurrección. El incidente muestra la conexión con el Antiguo Testamento (Luc. 24:27) y formaba parte de la base para lo cual los primeros cristianos anunciaban la resurrección: “Pablo les anunciaba las buenas nuevas de Jesús y de la resurrección.” (Hech. 17:18 cp. Hech. 2: 31-32; 4:33; 10:40-41; 13:30-31).

Tiene una implicación importante para los predicadores hoy. El mensaje de este pasaje no es simplemente de la presencia de Cristo en la Cena del Señor, ni en la cotidianidad.

El pasaje está para convencer a cada lector y oyente de la realidad de la resurrección. Esta creencia se veía en el impacto impresionante de la predicación de la iglesia primitiva, “con gran poder seguían dando testimonio de la resurrección del Señor Jesús. La gracia de Dios se derramaba abundantemente sobre todos ellos.” (Hech. 4:33).

Si el predicador reduce este mensaje, está el peligro de reducir la abundancia de la gracia de Dios. Cuando él lo anuncia, ya está el poder de Dios.

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